Hoy en día hemos aprendido a vivir con una disposición de comunicar o adquirir, de una manera casi inmediata, que nos ha condicionado a un mundo acelerado y ansioso, todo esto nos ha llevado a querer todo rápido e incluso a pasar por alto detalles, profundizar en la información que tenemos, comprender si lo que hacemos está bien o mal, en la impaciencia de trabajar o estudiar para un resultado, la necesidad de tener una respuesta inmediata nos ha llevado actuar de manera insensata. No aprovechamos lo que aprendemos, la oportunidad, escuchamos y no aplicamos, no damos tiempo para asimilar, aprender, reflexionar, cuando algo es largo nos dispersamos y desenfocamos; por el afán que nos ha llevado el mundo no aprovechamos lo que estamos aprendiendo en el momento, estamos inmersos en un mar de información y entreteniendo que nos distraemos fácilmente, dándole nuestro tiempo y energía. Este mundo que hemos desarrollado donde todo se hace mucho más rápido, donde tenemos mucha más facilidad de acceder a las cosas, donde las respuestas son instantáneas, nos está acostumbrando impacientemente a querer tenerlo todo ya, a no agradecer el esfuerzo de alguien más, una necesidad de tener respuestas y acostumbrarnos a ellas. El afán de quererlo todo ya, está acostumbrando nuestro cerebro, a no profundizar, no detallar, abandonar rápido, ser impacientes y no tener empatía con los demás.