La prosperidad no debe ser vista como un apego, una intensión pasional, como un fin absoluto, sino como una diligencia de la administración eficiente de nuestros recursos. Como un medio para maximizar la manifestación de un propósito mayor, un bienestar para muchos, sobre todo más que material; intelectual y espiritual. Donde no es válido que el apego por la riqueza vaya por encima de los principios y valores que nos definen, donde la individualidad absoluta reina para placeres y deseos propios, que sobrepase a otros sin medir causas y efectos, sino que se constituye como una ética de la administración para desarrollar propósitos comunes. La prosperidad no debe ser vista con el afán del mundo, de uno tener más que el otro, medir números, llegar a ciertas calificaciones, hacerse de lo último en tendencias para verse superior o perteneciente al mundo moderno, la prosperidad en el menor alcance es cumplir con la asignación de nuestras propias familias de una manera capaz y sostenible, tiene que ver con nuestra propia ética de cumplir las responsabilidades que asumimos como esposos, esposas, padres y cualquier persona que tengamos a cargo como empresarios. Debemos prosperar en el comportamiento, en el intelecto, en el amor, en lo espiritual, en la bondad, no que nuestro corazón y mente se enfermen por la riqueza; que prospere nuestra alma, nuestro cuerpo, nuestro espíritu y nuestro hogar. Si ponemos el enfoque en la riqueza y prosperidad con una intención incorrecta más lo afanes de este mundo, cuando nos demos cuenta estaremos atrapados en una burbuja que asfixia nuestra alma, toma nuestra tranquilidad, desfigura nuestra identidad y comportamiento, lo que es realmente valioso termina siendo muy frágil, perdemos la vida por perseguir la ambición llegando a la avaricia, es cuando la ambición se sale de control. Es necesario cumplir con nuestras responsabilidades, es necesario progresar y prosperar, pero la prosperidad no debe ser el centro de nuestra vida, no debe definir nuestro comportamiento de manera incorrecta, no debe estar por encima de lo que somos, sino que acompaña lo que tenemos definido realmente como valioso y que ocupa ese centro de nuestra vida.